Cada vez que sale el sol por las montañas y va cubriéndome vuelvo a renacer.  Esperando que lleguen quienes deseen descubrir mi historia y los secretos tallados en mi cuerpo.

Sólo yo conozco las manos que surcaron en mi sus propias vivencias hace más de 4 mil años. Cómo y por qué dibujaron a sus chamanes, a sus líderes, sus rituales y a los visitantes estelares.

Los escuché hablando de los ciclos de la vida, la procreación, la maternidad, la esperanza y la muerte.  Vi como dejaron esparcidos verdaderos mapas a lo largo de mi columna vertebral que desde la montaña al mar permanecen aún intactos. Y que yo espero descifrar a quién venga a conocerlos.

Así como los ancestros tallaron el sol y los ciclos de la luna, también dibujaron a otros visitantes del cual sólo yo fui testigo. Y a veces, durante la noche susurro los secretos que en mi están, y que, al pasar, las estrellas se los llevan consigo.

Ha pasado tanto tiempo que muchos dicen que mi historia me ha hecho sabia. Por eso existen fieles guardianes que protegen mi secreto. Cuidan de las huellas milenarias que en mi dejaron los incas, diaguitas y molles.

Han venido quienes se aventuran por los caminos de los acertijos para conectar el pasado con su presente. Tratando de descubrir la presencia de seres provenientes de otros mundos o dioses de los antepasados.

Aquí permanezco, donde los hombres  traspasan las fronteras del tiempo buscando el legado ancestral. Estoy en Limarí, donde mi enigma puede ser descubierto.