Hoy despierto en un nuevo anochecer. Extiendo mis brazos sobre los valles y montañas, soplo las nubes del firmamento para que quede el manto bordado de las estrellas  iluminando a los hombres que habitan este lugar.

Soy el cielo que transformo los colores del atardecer , que se funde en la camanchaca y que brilla inmortal en las noches sin luna.

He sido testigo de como los ancestros retrataron en rocas milenarias a los astros que en mi habitan y como sus sabios marcaron un calendario especial para sembrar y cosechar sus alimentos.

Desde la tierra elevaron sus plegarias envueltos en ritos sagrados para que la luna y el sol fueran generosos. Y fui testigo de su andar entre los valles que guardan las montañas y que terminan acariciados por el mar.

Aparecí cada noche en medio de un océano de estrellas junto a incas, molles y diaguitas, quienes dejaron en este lugar que hoy cubro con mi manto, sitios ceremoniales trascendentales.

Ahora desde lo alto puedo ver los dibujos en sus rocas, las historias enigmáticas que hablan también de otros seres venidos de otros mundos y envuelvo todo en un haz de misterio que sólo algunos podrán descifrar.

Y en estas nuevas noches desde aquellos tiempos, me gusta observar a los nuevos visitantes que llegan buscando la forma de conectarse a nuestro cosmos.  Acompañados del crepitar del fuego y una manta en sus hombros se tienden a admirar el escenario único que puedo brindarles.

Soy parte de la cosmovisión andina de los antiguos. Brillan los astros en su inmensidad y aquí en Limarí quienes buscan las respuestas de lo profundo, las encontraran.