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Pueblos mágicos y centenarios

Me escapé. En cuanto fue posible, decidí un día salir de la rutina, del encierro obligado de meses. Tomé las llaves, mi bolso, mi cámara y fui por la carretera a un lugar que lograra desconectarme de lo trivial, del encierro.

Vi el sol nacer entre las montañas mientras el camino me regalaba parajes increíbles. Me detuve ante fachadas donde el tiempo quedó detenido y la brisa me susurró misterios al oído.

Pude ver campanarios centenarios, los primeros del país que fueron levantados hacia el cielo azul y que continúan abriendo sus puertas a sus fieles. Tradiciones que permanecen intactas en un silencio calmo tan solo roto con las voces alegres, la música y los bailes religiosos que aportan el color a las jornadas.

En mi viaje pude descubrir lo hermoso de lo simple y como antiguos oficios en manos hábiles te entregan regalos invaluables, reconociendo aquellos rostros amables, serenos y sabios de sus creadores.

Ver como la arcilla se transforma en las manos expertas que heredaron los secretos de diaguitas y que con cariño y cuidado extremo resaltan los rojos, los blancos y negros que van vistiendo piezas únicas utilizadas en ceremonias y rituales de miles de años.

En este viaje, a medida que pasaban los días, no dejaba de sorprenderme. Como encontrarme directamente con quienes desentierran tesoros de las profundidades de la tierra y muestran “la piedra del cielo” , llamada también Lapislázuli por sus tonos maravillosos que brillan en sus piezas. Mientras los surcos blancos, rosados y verdes se tornan suaves al tacto de la combarbalita.

Qué bien me sentí al  conectarme a la tierra, a las horas pausadas, entregarse al buen y sano comer de sus habitantes. Saborear las tradiciones de arrieros y ver como el blanco líquido convertido en queso de cabra te entrega sus secretos.

Nunca imaginé encontrarme con la granja del país cubriendo valles y cerros. Saboreando sus hortalizas en la mesa servida, en haciendas que rescataron el pasado y que ahora tuve el placer de conocer. Casonas antiguas que invitan a relajarse, paseos a caballo donde  el tiempo se disfruta, y donde es posible simplemente detener el tiempo en una piscina que baña el infinito.

Pude recorrer el paisaje y ver puentes antiguos que conectaban la vía férrea más grande que unía el norte con el sur en un paisaje que te maravilla.

Qué sensación es la de aventurarse por  verdes valles y pueblos encantados, donde las mejores vides entregan sus licores y vinos, donde puedes dormir bajo un firmamento estrellado  y el sol te despierta para continuar tus aventuras en un lugar donde está la riqueza heredada de los ancestros.

Este escape fue increíble y se los recomiendo. Tomen la ruta al Limarí, donde es posible vivir la esencia de las tradiciones en un lugar donde el tiempo quedo detenido.

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